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Por Paula Leyton Díaz

Lo ocurrido el pasado 17 de diciembre, posterior al plebiscito, no se puede catalogar como triunfo ni como derrota. Esto debido a que fue solo el reflejo de un proceso ejecutado en pos de los intereses de unos pocos. No significa que se le está entregando un respaldo a nuestra carta magna de 1980. El resultado se da por diversas razones, las cuales pueden ser por el cansancio por los procesos llevados adelante, desinterés, no querer poner en jaque sus privilegios o en definitiva, no perder derechos. 

Si bien el proceso no se puede catalogar como prístino, no podemos desconocer el trabajo realizado por la Comisión Experta y el Comité Técnico de Admisibilidad. Sin embargo, se puede señalar que se estuvo en presencia de argumentos falsos, malas interpretaciones y declaraciones desafortunadas por parte de integrantes de la Consejo Constitucional y políticos. 

Tampoco se pueden catalogar la franjas como una muestra de las razones por las cuales se debía escoger cierta opción por sobre la otra, sino que fue una demostración de lo fragmentado que se encuentra el espacio político en Chile, lo cual, en cierta medida, termina generando en el electorado un desánimo por participar o por escoger a conciencia. 

Es claro que el desenlace no es el esperado en varios sentidos. Sin embargo, resulta ser un llamado de atención para las generaciones futuras. Es nuestro deber velar por una nueva forma de cultivar el interés por los cambios que se realizan, porque tal como muchos deben señalar, sin importar el resultado “tendremos que trabajar igual”. No obstante, importa en demasía las condiciones en las que se desarrolla ese trabajo. Aún estamos a tiempo de realizar cambios y no llegar al punto de tener que implementar un “paquete de medidas” que abogue por el interés de unos pocos, mientras el resto de las personas siguen viviendo en condiciones desiguales y con desinterés por el cambio, debido a que ese cambio se ve lejano de estar en sus manos.