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Por Natanael Silva Urra

En su obra magistral, “La Gaya Ciencia”, Nietzsche, menciona una frase que caracteriza muy bien la figura de un líder, indicando que “los espíritus más fuertes” son aquellos que avivan la llama del progreso, que despiertan pasiones adormecidas, fomentan las ideas de comparaciones entre lo antiguo y lo nuevo, estimulan la contradicción de opiniones y se aventuran en lo nuevo, lo arriesgado y lo no experimentado. Son los audaces que nos impulsan al debate de opiniones contrapuestas y nos guían hacia un futuro prometedor.

Sin embargo, en el actual panorama político de Chile, esta llama vital de liderazgo parece no existir, encontrándonos en un estado peligroso de inercia. La carencia de líderes capaces de trazar un camino común se torna inquietante. Veamos hacia al pasado: en general, los momentos de cambio, siempre los recordamos con una cara y un nombre. Moisés, Espartaco, Napoleón, San Martín, Lenin; y en nuestro medio, Bilbao, Aguirre Cerda, o cualquiera otro que se nos venga a la cabeza. En un escenario donde la derecha y Republicanos dominan, la búsqueda de líderes visionarios en el centro, centro-izquierda e izquierda se convierte en una tarea desafiante.

La ausencia de liderazgos sólidos desde el centro hacia la izquierda, ha creado un vacío, donde figuras del pasado vuelven a surgir como alternativas, a pesar de las sombras que sus anteriores mandatos puedan haber dejado. No es casualidad que nombres como Sebastián Piñera se empiecen a hacer notar en los medios, y, conforme a las últimas encuestas, la popularidad de Michelle Bachelet se haya disparado, resurgiendo en la conciencia colectiva como si no hubiera nuevas voces capaces de liderar y moldear el futuro de Chile.

Este déficit de liderazgo es preocupante por varias razones. Primero, la falta de una dirección clara y líderes convincentes conduce al estancamiento político y social que ya padecemos. Sin líderes auténticos, las reformas necesarias seguirán quedando en un segundo plano, pues no habrá quién sepa canalizar con suficiente fuerza las demandas ciudadanas y elevarlas a los poderes del Estado. Segundo, la ausencia de líderes fomenta la polarización y la división, lo que amenaza la cohesión social y la estabilidad del país.

Para superar esta crisis de liderazgo, Chile necesita nuevos líderes comprometidos con el bienestar y el progreso de la nación. Deben encender las pasiones dormidas y orientar al pueblo hacia causas comunes, otorgando propuestas novedosas. La salud de la democracia depende de la calidad de sus líderes y Chile se encuentra en un momento crítico. Necesitamos líderes que inspiren y movilicen, que fomenten el debate constructivo y la colaboración en lugar de la confrontación estéril y la división.